21 de enero de 2015

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B

LA PRIMERA PREDICACIÓN DE JESÚS
Hoy nos cuenta san Marcos que Jesús, cuando arrestaron a Juan Bautista, por prudencia, se marchó a Galilea a predicar. 

Digo por prudencia porque cuando llegue el momento de su entrega total, Él mismo irá personalmente a Jerusalén, sabiendo a lo que se exponía.

Llegó a Galilea y comenzó a predicar.

Su esquema es muy claro y profundo. Decía:

“Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio”.

Podemos distinguir claramente cuatro puntos:

* Llegó el tiempo de Dios. Por eso dice que se ha cumplido el plazo. Con palabras de Pablo podríamos decir: “cuando llegó la plenitud de los tiempos”, es decir, cuando Dios lo creyó conveniente.

* El Reino está cerca. Tan cerca que Jesús mismo es el Reino. El Reino será el tema central de todas sus enseñanzas.

* Conviértanse. Que es la forma de dejar el camino que aleja de Dios y volverse hacia Él.

* Crean. Sabemos que Jesús va a exigir continuamente la fe a quienes se acerquen a Él pidiendo algo.

¿Qué enseñamos nosotros? ¿Qué nos enseñan nuestros pastores?

Todo está bien, pero nunca hay que dejar de lado lo fundamental.

Jesús es el Maestro para todos.

La liturgia nos irá presentando a lo largo del año todas sus enseñanzas pero de manera muy especial insistirá en esta fe que pidió Jesús al comienzo de su predicación:

- “Tu fe te ha salvado”.

- “No tengas miedo, ten fe”.

- “Si tienes fe todo es posible...”

También le oiremos la invitación a la conversión con parábolas, hechos concretos de arrepentimiento y perdonando Él mismo.

No olvidemos. El Reino tiene sus exigencias y, como enseñará Jesús, por el Reino vale la pena jugárselo todo.

En este ambiente es fácil entender el porqué del salmo responsorial en el que pedimos:

“Señor, enséñame tus caminos”.

Por su parte el apóstol san Pablo nos indica que si bien el cristiano debe estar metido y comprometido en las preocupaciones de este mundo, no debe pensar que se trata de cosas que van a durar siempre.

Más bien debemos recordar que “la representación de este mundo se termina”.

Se trata, por consiguiente, de una invitación indirecta a la conversión, en vistas a la eternidad.

La primera lectura de hoy nos presenta a Jonás predicando en Nínive.

Dios llama al profeta y le dice “levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo”.

Jonás entró en la ciudad y fue proclamando por todas partes: “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida”.

Los ninivitas creyeron el mensaje de Dios “proclamaron el ayuno y se vistieron de saco pequeños y grandes”.

El resultado que lamentablemente no le gustó mucho a Jonás, por ese amor propio que todos llevamos dentro, fue éste:

“Vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó”.

La conversión es por tanto el mensaje de la liturgia para este tercer domingo del tiempo ordinario.

Por eso le pedimos a Dios “ayúdanos a llevar una vida según tu voluntad para que podamos dar en abundancia frutos de buenas obras en nombre de tu Hijo predilecto”.

Y como último punto de nuestra reflexión, meditemos cómo Jesús, según el Evangelio de hoy, que es el de Marcos y no el de Juan, fue pescando pescadores, según decíamos el domingo anterior.

Marcos lo cuenta así:

“Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago”. Y de frente les dijo: “venid conmigo y os haré pescadores de hombres”.

Luego llamó a Santiago y a Juan. 

Lo que llama la atención es la prontitud con que estos hombres del mar responden al llamado de Jesús.

Los primeros “dejaron las redes y lo siguieron”.

Y los otros “dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon”.

Amigo, ¿qué prontitud hay en tu vida para responder a los distintos llamados que Dios, de forma tan originales, nos hace a lo largo de la vida?

José Ignacio Alemany Grau, obispo